Mis escritores favoritos son pocos, aunque nunca los he contado, talvez por temor a la desilusión adiestrada o porque no gusto de números y cálculos. Mis escritores favoritos duermen hasta mediodía, cuando los rayos indómitos del sol queman sus párpados caídos, arrugados y algunos, grotescamente pintarrajeados de azul.
No les gusta el cine experimental alemán y no saben pronunciar "covenge savingnon", hay días que olvidan ducharse y otros que olvidan despertar del sueño y se pasan tardes completas en el éxtasis de la oniria.
Los días que despiertan, que son los menos del año, tristemente vagan con la cabeza mal lavada por los parques de la capital, rondando entre las cajas vacías de vino y preservativos. Pasan el crepúsculo triturando hojas caídas con los pies, apretando con ahínco los dientes cada vez que una es dividida en cientos de pedacitos coleccionables. En ocasiones prenden cigarrillos y dibujan ejércitos de falos en la humarola y observan abstraídos como estos se pierden buscando donde procrear.
Hay días que alguno de mis escritores favoritos divisa mi cuerpo moribundo y a kilómetros notan mis lágrimas salinas, no me hablan, pero de alguna forma se que entienden mi pesar, a veces, uno que otro se acerca y seca mi llanto con las páginas de algún libro abandonado y observan cautelosos como la tinta se coagula con mi llanto y comienzan a escribir los poemas de amor más dolorosos. Los aprenden de memoria y regresan con paso sosegado a sus habitaciones colmadas de olor a alcohol, tabaco y libros amarillentos.
No les gusta el dadaísmo, ni el olor de los martes, pero sin duda lo más destacable, es que aún no saben que son escritores y mientras no lo sepan...seguirán siendo mis escritores favoritos.
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